Luciérnaga europea

Introducción

Aunque existen varias especies de luciérnagas en España, para hacer una presentación de los hábitos de vida de estos insectos tomaremos como ejemplo a la especie Lampyris noctiluca, que es la más común en Europa y la que ha sido objeto de un mayor número de investigaciones.

La fuente principal para estas notas ha sido el libro de John Tyler (2002), The Glow-worm y la página web http://www.galaxypix.com/glowworms/.

Un gusano de luz

El nombre de gusano de luz hace referencia al aspecto de la hembra, que es seguramente el estado más conocido de este coleóptero.

El aspecto de las hembras despista mucho: recuerda en realidad a las larvas. El cuerpo alargado es de color negro y muestra patentemente los segmentos del tórax y del abdomen. No tiene alas, por lo cual sus desplazamientos están muy limitados.

Las hembras se diferencian de las larvas por algunos rasgos llamativos, como que no poseen los puntos amarillos que decoran ambos extremos de cada segmentos. Además, las hembras sólo aparecen durante el verano, mientras que las larvas evolucionan desde unos pocos milímetros hasta algunos centímetros durante dos años, pudiéndose ver en las cuatro estaciones (aunque en las latitudes frías hibernan).

El macho tiene aparentemente poco que ver con la hembra. De hecho, se diría que se trata de individuos de especies diferentes. Aparte de tener un tamaño ostensiblemente inferior, posee dos alas bien desarrolladas protegidas por dos élitros largos y negros que ocultan todo su abdomen. Otra diferencia notable es que cuenta con unos ojos bien desarrollados, muy útiles para discernir los contrastes de luminosidad.

Las luciérnagas adultas no se alimentan: durante su semana de vida (o algo más tiempo si no encuentran rápidamente a una pareja) viven de las reservas que acumuló la larva.

Generalmente, la visión que tenemos de las luciérnagas es la de una hembra “en celo” que llama a los machos voladores mostrando el farolillo que guarda debajo de su abdomen.

También las larvas producen luminescencia, de forma menos espectacular que las hembras, aunque es posible apercibirse de ello hasta a quince metros de distancia.

Las larvas cuentan con un par de puntos luminosos en la parte inferior de su cuerpo, próximos al extremo del abdomen. Al contrario que los adultos, tanto las hembras como los machos son capaces de producir luz.

Sólo ocasionalmente las larvas muestran la lucecita. A veces la encienden durante unos segundos cuando son molestadas, como si se tratase de una reacción defensiva. También se han visto brillar larvas durante horas, especialmente aquellas completamente desarrolladas que están en los momentos previos a la última muda. Hay un caso especialmente extravagante y al que no se le encuentra explicación: en ocasiones, mientras van marchando, encienden de modo intermitente la lucecita, con pulsos que duran unos pocos segundos.

¿Por qué brillan las larvas? Todavía no se sabe a ciencia cierta, pero es posible que se trate de un mecanismo de defensa relacionado con la advertencia a posibles predadores de que las luciérnagas son bastantes indigestas: de hecho, parece ser rechazadas por las aves insectívoras y por otros depredadores nocturnos como sapos, pequeños mamíferos o invertebrados insectívoros.

En el estado adulto son las hembras las que muestran especialmente la lucecita. En realidad, es un conjunto de cuatro elementos alojados en la parte inferior del extremo del abdomen: dos placas que ocupan los segmentos sexto y séptimo, y dos puntitos luminosos en cada uno de los extremos del octavo segmento. Los machos mantienen las lucecitas del estado larval – dos puntos luminosos en el extremo del octavo segmento abdominal -, pero sólo brillan cuando son molestados.

Hay otras especies que, al contrario que la Lampyris, no brillan con una luz fija, sino que parpadean, como las del género Luciola, también presentes en la Península Ibérica. Estas especies utilizan un a modo de código de preguntas de los machos a las hembras, las cuales responden. Cada uno o dos segundos, los machos emiten destellos cortos e intensos durante su vuelo. Las hembras, que tienen alitas pero no pueden volar, les responden desde la vegetación con un parpadeo de pulsos más dilatados que los del macho y tras un tiempo de respuesta que depende de cada especie.

La estructura fisiológica de estos segmentos contiene tres partes diferenciadas: una capa de células epidérmicas transparentes que dejan pasar la luz; una capa de células luminosas en donde se produce la luz; y una capa inferior de células que contienen cristales de ácido úrico que actúan como espejos reflectores de la luz.

La luz es producto de unas reacciones químicas en las que una molécula, la luciferina, reacciona con oxígeno y ATP (adenosín trifostafo, el vehículo de la energía química de muchas de las reacciones internas de los seres vivos) y desprende energía luminosa. Para que esta reacción se produzca es preciso el concurso de otra molécula, la luciferasa, que actúa como enzima catalizadora.

La luciferina es una molécula muy pequeña, compuesta por apenas 20 ó 30 átomos, mientras que la luciferasa es una proteína muy compleja que se presenta bajo diferentes variantes que dan lugar a diferentes tonalidades de luz en las especies que han desarrollado este sistema.

La reacción produce una luz amarillento-verdosa. El proceso es extraordinariamente eficiente: menos del 2% de la energía se convierte en calor (lo que contrasta, por ejemplo, con el 95% de pérdidas de una bombilla ordinaria). Por ello no es extraño que hasta las hembras más “ardientes” estén frías al tacto.

Un ciclo de vida peculiar

Se conoce que la vida de un gusano de luz del centro de Europa se desarrolla durante dos años.

Comencemos en la época en que son más patentes: las semanas finales de junio, el mes de julio y las primeras semanas de agosto. Dependiendo de la zona geográfica y de las condiciones meteorológicas de ese año, las larvas pasarán al estado de pupa; con posterioridad emergerán las hembras y los machos con un desfase de unos cuatro a seis días entre ellos.

Transcurridas unas pocas horas, las hembras comienzan su cortejo luminoso, curvando su cuerpo para mostrar las placas luminosas de la parte inferior del abdomen. Una vez que consiguen llamar la atención de un macho, se aparean y realizan la puesta de unos 50 a 150 huevos esféricos, los cuales miden aproximadamente 1 mm de diámetro y que inicialmente, y durante unos días, pueden brillar con una luz amarilla mortecina. Aproximadamente al cabo de un mes las larvas eclosionan.

Con tan sólo 5 mm de longitud, su principal tarea consiste en buscar la primera presa. Tras reposar unas horas para que la cutícula se endurezca, comienza una azarosa marcha en busca de presas que puede suponer varios días recorriendo unos cinco metros a la hora, o lo que es lo mismo, hasta 120 metros al día.

La forma y el color de las larvas son muy característicos. Su cuerpo está formado por una cabeza a la que le siguen segmentos semirígidos y articulados, a modo de una armadura. El primer segmento recibe el nombre de pronoto y cumple una función importante: proteger a la relativamente pequeña cabeza que tiene forma de escudo y parece una especie de escafandra. El color del cuerpo es negro; destacan dos puntitos con una coloración que va del de amarillo claro al anaranjado en cada uno de los extremos de los segmentos.

Durante su primer otoño las larvitas se dedican a buscar caracoles, pudiendo mudar una o dos veces hasta que con los primeros fríos entran en estado de hibernación bajo troncos, piedras u hojarasca. En los lugares en donde las temperaturas no descienden por debajo de los 4º C por la noche, pueden seguir cazando caracoles y brillar durante todo el invierno.

A lo largo de su desarrollo la larva pasará por entre cuatro y siete mudas: la piel se abre para dejar paso a un cuerpo ostensiblemente mayor pero que conserva las mismas características en cuanto a la forma y color del cuerpo.

La larva se muestra activa principalmente en las horas nocturnas, evitando el día debido a la gran insolación. Está adaptada, lógicamente, a los hábitos de sus presas: por consiguiente, no es extraño que muestre predilección por los ambientes húmedos.

Parece que es capaz de seguir el rastro mucoso de los caracoles y babosas, si bien también intercepta a sus víctimas simplemente por contacto en sus vagabundeos, detectándolas con el par de palpos que tiene en su cabeza.

El sueño invernal concluye con la llegada de la primavera: la larva, a partir de entonces, experimentará sucesivas mudas que le llevarán hasta alcanzar un tamaño próximo al definitivo a finales de septiembre u octubre, cuando hibernará por segunda vez.

En los meses comprendidos entre abril y junio se ha observado que la larva puede abandonar sus hábitos básicamente nocturnos, siendo posible encontrarla marchando incluso a plena luz del día, en un vagabundeo continuo que apenas tiene descanso. Aunque no se conoce con certeza a qué se debe ello, es probable que sea un modo efectivo de asegurar la dispersión de la especie y conquistar nuevos lugares aptos para el establecimiento.

Hacia el mes de junio (dependiendo de las condiciones locales) la larva está preparada para pasar al estado de pupa. Para ello buscará un sitio protegido como un tronco o una piedra. A menudo se junta un grupo de larvas para pupar, lo que parece ser una ventaja para la fase siguiente, puesto que como las hembras no se desplazan prácticamente así se aseguran la presencia cercana de los machos.

Al cabo de unos diez días emerge la hembra. Los machos se demoran unos cinco días más, aunque estos periodos de tiempo también muestran una cierta amplitud. Estamos ya en el verano del segundo año en las localidades centroeuropeas en donde más se ha estudiado a estos insectos, comenzando la fase del cortejo que principia este peculiar ciclo de vida.

Del ciclo bianual del gusano de luz se deriva un aspecto intrigante: dado que los insectos adultos emergen cada dos años, en un mismo lugar existirán dos poblaciones distintas destinadas a no encontrarse: la de los años pares y la de los años impares. Es como si vivieran en dos islas separadas por una barrera de tiempo. Aunque no se ha probado, no se descarta que ocasionalmente se rompa este aislamiento a través de puentes temporales: adultos que, por ejemplo, tarden una o tres temporadas en lugar de dos en desarrollarse completamente.

¿Qué comen los gusanos de luz?

Las luciérnagas se alimentan de caracoles y babosas.

Son, por consiguiente, y pese a su aspecto tan tierno, depredadores especializados.

En cautividad muestran tener apetencia por un gran número de especies de caracoles y babosas, entre los que se encuentran especies comunes como los caracoles blancos o chicos (Theba pisana), los también pequeños Oxycilus cellarius y Vitrea crystallina, caracolas (Cochlicella acuta, Cochlicopa lubrica) y otras especies de otros géneros. Estas especies son básicamente caracoles de pequeño tamaño, que forman parte de la dieta de las larvas en sus primeros estadios; en nuestras latitudes, las larvas crecidas se alimentarán de cabrillas y caracoles grandes como Otala lactea o Cantareus aspersus. También hemos comprobado que comen gusanos de tierra y José Domingo Gigaldo ha constatado que se llegan a alimentar de moluscos acuáticos (caracolillas de agua dulce) del tipo Physia.

Una vez que ha localizado a su presa, la larva del gusano de luz monta sobre ella. Cuando el momento sea propicio, la inmoviliza asestándole un mordisco con sus mandíbulas, que cuentan con un conducto a través del cual pasa un jugo secretado por el intestino de la larvas que además de paralizar a la presa, rompe y digiere sus tejidos, convirtiéndolos en una papilla que puede ser fácilmente absorbida.

Durante su desarrollo, una larva de gusano de luz puede comer más de setenta caracoles.

El cortejo

El gusano de luz hembra muestra la lucecita poco después del atardecer, hacia las 10 en las cortas noches de verano, y es posible contemplarla hasta después de medianoche.

Usualmente permanecen en el suelo, entre la hierba o sobre pequeños montículos, aunque no es extraño que trepen por alguna brizna de hierba o que estén en el exterior de las piedras de los muros. En general buscarán posiciones desde donde su lucecita sea visible. Para ello, curvarán su abdomen de manera que los faritos queden al descubierto.

Las hembras son muy sedentarias y generalmente no se moverán del mismo sitio noche tras noche hasta que se emparejen. Durante el día se esconden en huecos de piedras, pequeños agujeros en la tierra o entre la hojarasca, evitando así las intensas temperaturas.

En realidad, los gusanos de luz más notorios, los que brillan durante varias noches seguidas, son aquellos que no han tenido éxito en su búsqueda de pareja. Porque en el momento en que la hembra se aparea, comienza a apagar su farolito (que no le es posible desconectar inmediatamente) y se prepara para la puesta, que ocurrirá en los días posteriores. La mayor parte de las hembras, de hecho, suelen tener suerte, por lo que brillan solamente durante una noche. Lo que es bueno para la especie se convierte, sin embargo, en una contrariedad para nosotros, observadores de la naturaleza. Solamente una escasa proporción continúan perseverando durante una semana o más tiempo: en realidad, se trata de las infortunadas, de las “patito feo” del cuento de las luciérnagas, o bien de aquellas que emergieron en un lugar o momento poco propicio para la presencia de machos patrullando por el aire a poca altura del suelo.