
07 Jun Raquel y Jorge Marzo
Ojalá pudiéramos responder con más precisión a consultas como las que nos planteó Raquel y Jorge Marzo: “llevo años intentando ver una luciérnaga y aún no ha sido posible. Ahora tengo un hijo de tres años y me gustaría muchísimo disfrutar y verlas por primera vez con él. He encontrado un lugar sobre un río donde hay mucha humedad, vegetación y paredes de piedra donde hace muchos años mi marido dice que las vio. Me surge una duda, ¿cuando es la mejor época para ir a buscarlas?”
Lo más recomendable en casos como estos es hablar con la gente del pueblo, para saber si las han visto recientemente. Un lugar como el que describe Raquel parece, a priori, idóneo. Pero localizar bichitos de luz tiene bastante de pequeña aventura de misterio. Puede que no haya ninguna, o puede que haya muchas y no veamos ninguna. Se puede aplicar la máxima de que para verlas brillar debemos estar en el sitio apropiado en el momento justo. Porque lo que ocurre cuando hay muchas hembras es un poco desconcertante para nosotros: suelen coincidir también muchos machos y, entonces, nada más que encienden su lucecita, pasará cerca alguno de ellos, se encontrarán, se harán tilín y apagará la candela para guardar su intimidad. De manera que es más probable que descubramos luciérnagas brillando al principio de la noche (apenas se haya ido del todo el sol y comience a no verse bien) o bien que tengamos la fortuna de toparnos con alguna solitaria que mantenga su lucecilla durante varias noches seguidas porque no quede ningún macho que acuda a su reclamo (porque la desdichada haya emergido demasiado tarde en el verano).
La estrategia de los buscadores de bichos de luz debe tener en cuenta estas peculiariedades del comportamiento de estos insectos. Por eso, conviene salir a mediados de junio, o en julio y hasta las primeras semanas de agosto (más tarde si vivís más al norte; e incluso antes, en marzo o abril si estáis por todo el Levante o vivís en la provincia de Cáceres porque allí habitan las pequeñas luciérnagas de gafas que son más tempraneras). Hacia las 9.30, más o menos, cuando ya esté medio oscurecido (depende de la fecha, claro). Daos un paseo mirando con atención a los márgenes del camino, a las paredes de piedra… Si coincide que estuvieran allí, las veréis fácilmente: ¡son muy llamativas! Y si no, seguro que pasáis un buen rato escuchando a los autillos y a los grillos, y contemplando las estrellas, que también brillan y no se apagan por temas de amores como los gusanitos de luz.