Igor Llorente, Palacios de la Sierra (Burgos)

Igor Llorente, Palacios de la Sierra (Burgos)

Lo mejor que tiene este cuaderno es la oportunidad de compartir vivencias. Comos las notas que Igor Llorente nos envió al hilo de la luciérnaga (posiblemente Lampyris iberica) que fotografió el 22 de junio de 2015 en Palacios de la Sierra (Burgos). Un testimonio precioso sobre nuestra relación cultural y emotiva con los gusanos de luz.
“El otro día en mi pueblo de Burgos, Palacios de la Sierra, descubrí por sorpresa al anochecer una luciérnaga subida a una pared, y con el móvil pude hacerle una foto de cerca. Me sorprendió que todavía quedaba luz en el cielo y que estaba muy cerca de la farola de la calle, recién encendida. Lo más curioso es que me vinieron un montón de recuerdos de mi infancia cuando las veía casi a diario todos los veranos. Buscando en Internet descubrí la especie y vuestra web. También que colaboráis con Biodiversidad Virtual a los que conozco personalmente y aprecio mucho su labor. Hoy un amigo ha publicado otra foto de la misma especie de luciérnaga en facebook y me he animado a informaros de ambas. Subo ambas fotos, pero ficha solo completo la mía ya que desconozco los datos exactos de la otra luciérnaga. Completando la ficha y recordando me han venido a la cabeza cosas tan curiosas como el nombre que antiguamente se le daba a las luciérnagas por mi zona «Cernégulas» (que viene a significar ascuas gusano) o los juegos que hacíamos con ellas.
Hay menos, pero quizá es solo mi percepción, debido a que de pequeño solía jugar todas las noches de verano en la calle hasta altas horas y nos metíamos por más campos y cerradas por lo que las posibilidades de encontrarlas aumentaban. Recuerdo ver hasta 5 o 6 en una misma noche. Ahora los adultos nos movemos poco y nos fijamos mucho menos y pasamos menos tiempo en la calle y menos dentro de las cerradas y campos cercanos.

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Foto: Hembra de luciérnaga europea (Lampyris noctiluca) ocupada en sus tareas. Palacios de la Sierra, Burgos, 22/6/2015. Fotografía: Igor Llorente.

De pequeño vivía en Palacios de la Sierra, en el barrio de Las Eras / San Sebastián, cercano a campos y cerradas de hierba, alfalfa y algunos jardines y huertas. Recuerdo que todas las noches de verano salíamos a jugar todos los niños y niñas por barrios, desde las 11:00 hasta la 1 o 2 de la noche. Nos íbamos a las zonas oscuras porque muchos juegos eran de esconderse (escondite, el bote, los planos, no retroceder…) y a veces también para ver mejor el cielo estrellado. Era escondiéndonos en las sombras o mirando a las estrellas, cuando, alguna vez, encontrábamos alguna luciérnaga.
Encontrarse con una luciérnaga siempre era algo mágico, aunque no tan poco común; muchas noches aparecían varias en las zonas de hierba de tu misma calle. Creo que mi abuela tenía algún otro nombre local antiguo para referirse a ellas, me quiere sonar que eran “cernégulas”, lo cual no es descabellado porque hay un pueblo en Burgos que se llama Cernégula y, aparte de la tradición mágica y de brujas que hay en su historia, parece que el topónimo lo vinculan con Cernega, que es un derivado de cerna o cerne, que con el significado de ceniza procede del latín cinerem. Yo diría que más que ceniza es ascua, y gula es gusano, por lo tanto, no sé si en Latín o incluso en lenguas prerromanas o protoeuskéricas abundantes por esta zona, pero creo que significa literalmente y sabiamente “ascua gusano”. Así que su presencia existe desde siempre y lo de gusanos de luz o gusiluz no es nada nuevo. Recuerdo que era inevitable quedarse embobados mirando su luz e intentar tocarlas o cogerlas, y la sorpresa venía al verlas a la luz, algo tan mágico se convertía en un bicho negro que lentamente se apagaba y que muchos no se atrevían ni a mirar. Estábamos advertidos de su valor y sabíamos que tocarlas estaba mal (mi tía, muy ecologista, nos regañaba a todos por coger cualquier ser vivo) y a pesar de saber que muy bien no estarían en nuestras manos, pues se apagaban y tontos no éramos, alguna noche nos daba por buscarlas, competir entre los niños a ver quién cogía más y juntarlas en las zonas oscuras de nuestro barrio. El truco era tocarlas lo menos posible. Alguna noche recuerdo que juntamos hasta 5 en un mismo metro cuadrado de hierba y que las noches siguientes volvían a encenderse por la misma zona. Era todo un orgullo verlas brillar y se las enseñábamos a los mayores. Una vez hasta competimos contra los niños de otros barrios por ver quién tenía más luciérnagas brillando en su barriada. No recuerdo quién ganó, pero nunca olvidaré la sensación mágica que envolvía aquellas noches de verano en las que coleccionábamos ascuas gusano, o quizá estrellas.”