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Las luciérnagas son uno de los insectos más familiares, todos hemos oído hablar de ellos: unos bichitos que se encienden, como una bombillita.

Ya sea por las series de dibujos animados o por muñecos de peluche, los gusanos de luz forman parte de los recuerdos de nuestra infancia.

En Europa, y más concretamente en España, no tenemos la fortuna de contar con el espectáculo fascinante de una multitud de lamparitas dando brillo a bosques y praderas como en este montaje musical de Jonny Easton: ¡ nuestros gusanos de luz son mucho más discretos! Pero os aseguramos que la visión de la más modesta de nuestras luciérnagas seguro que os cautiva.

Muchos de nosotros también hemos tenido la experiencia de ver luciérnagas de verdad, en plena naturaleza en las noches de verano, quizás en nuestro jardín, en una huerta o en la vera de un camino.

De hecho, en comparación con otros muchos animalitos, son fáciles de reconocer. Cuando uno ve una lucecita verde brillando de noche sobre la hierba o entre la maleza, o acaso entre las oquedades de un muro de piedra, y tras descartar que se trate de una colilla mal apagada (cuya, dicho sea de paso, es de tono colorado) o del reflejo de la luna o de alguna farola en algún vidrio o papel metálico, puede estar casi seguro de que se tratará de una luciérnaga.

Si tenemos curiosidad y nos acercamos a este puntito de luz, que brilla algo más que el piloto de encendido de los electrodomésticos de casa, comprobaremos que las más de las veces procede de un insecto con aspecto agusanado, que porta su lamparita en la parte inferior del extremo de su cuerpecito.